Subíamos como locos al gallinero del Teatro Guimerá a animar a nuestros héroes. Jaleo, muuuucho jaleo y algún pique simpático "Lengüiiiiiines! Buuuu Ni Piiiiiiico! Buuuuuu, que milagrosamente se hacía silencio absoluto cuando empezaba cada canción. Todavía nos colgaban los mocos y el disfraz nos deslumbraba, fantasía de quita y pon, pero la letra ya desde entonces, sabíamos que la letra era lo importante y aunque no siempre lográramos entenderla, al jurado, oiga, no se le escapaba ni un do.
Luego tocaba fiesta para celebrar. Pachanga en la plaza con baile y algún que otro pellizco en el culo, bofetada incluida. Eran tiempos de mascaritas. Otros tiempos.
Ahora el gallinero se llama paraíso. Y allí está él.
Llevo unas semanas bien enredada entre el curro y un curso (del que no nos descontaron el 5% del tiempo, mire usted) y aunque llegue con un retraso imperdonable, no quiero dejar pasar ni un día más y aprovechando que celebramos nuestro día de Canarias, hacer mi pequeñísimo homenaje al padre de nuestras murgas, D. Enrique González, alma de la Afilarmónica Ni Fu Ni Fa -Fufa la llamamos con cariño-, que nos dejó el pasado día catorce y que para todos nosotros ha significado tanto.
Gracias, muchas gracias maestro. Corazón murguero. Corazón artista.
Inevitable tararear el eterno estribillo: "cubanito soy señores, cubanito y muy formal, vale más ser cubanito, aunque usted lo tome a mal"