Sé de un sitio donde sus habitantes no tienen necesidad de comer ni de beber. La energía que sus cuerpos necesitan para vivir la captan del mismo aire que respiran, rico en nutrientes y muy distinta en composición al nuestro. Dicen que sabe a melón.
Cuentan que un patán sin escrúpulos intentó, hace mucho tiempo, ponerle precio al aire y cobrarles por respirar. Lo que queda de él reposa en el fondo de una ciénaga de ácido sulfúrico donde, en una ceremonia multitudinaria, colocaron un letrero de un material indestructible con una inscripción que reza: "Reposen aquí todos los malnacidos"
Como no necesitan adquirir alimentos ni agua, no tienen ni idea de lo que es trabajar a cambio de una mísera nómina. Les dices sí, trabajo, ganarse los garbanzos y hacen un gesto así con la cabeza como un remolino corto y suave que significa ni idea. Sí que tienen una palabra parecida a nuestra legumbre : "Garvvançu", que significa "tú eres como eres, yo soy como soy; tú y yo somos perfectos como somos"; nada que ver. Normal que nos cueste entendernos.
Viven en pequeñas cabañas muy discretas y confortables que se hacen ellos mimos, cada una con un trocito de terruño delante de color amarillo cadmio, suficiente para plantar lo que ellos llaman "Adcunam", que son nuestras flores de toda la vida, pero en su traducción significa "la que alegra los sentidos". Les conté que a nosotros también nos gustan mucho las flores y que las cortamos y ponemos en jarrones dentro de nuestras casas para que alegren la estancia. Me miraron horrorizados y hacían un sonido así como txa txa txa txa txa que salía de sus bocas al chocar su lengua contra el paladar. Me vino a la cabeza los perros muertos que exponen en los mercados asiáticos. Txa txa txa txa txa.
Me dije, qué sonido o gesto harán si les cuento que nosotros tenemos que maltrabajar durante toda una vida para poder alimentarnos y beber agua y que encima, para poder superar ese trance tan amargo y la frustración de que nos arrebaten la mayor fortuna que es nuestro tiempo de vida, maltrabajamos aún más para comprarnos ropa, juegos, bebidas alcohólicas, drogas, vicios, caprichos que nos consuelen y evadan de nuestra realidad. Que nos hipotecamos, el sueldo y la vida, maltrabajando todavía más aún para tener un techo en el que cobijarnos, en el mejor de los casos, o poder hacer un viaje para evadirnos durante diez días al año si eso. Qué sonido harán si les hablo de nuestros pobres y desahuciados por la sociedad opulenta.
No hicieron ningún sonido cuando acabé de contarlo, la verdad esperaba un cacareo espeluznante o algún temblor espasmódico. Pero no. Se dieron las manos haciendo un corro y me pusieron en el centro. En absoluto silencio. Sacaron a los niños de la estancia y les pidieron que trajeran caracoles y lagartijas y nueces y almendras y un sinfín de proteínas que llenaban sus campos. A medida que volvían los niños, depositaban sus presentes a mi alrededor y reían. Reían los niños. Los adultos gemían muy suave casi en susurros y comprendí que era la expresión de su dolor.
Son poliamorosos que, cosas mías, esta palabra me suena a linda abeja libando; que sí hombre, aquello de felices los 4 que nos canta Maluma dándole a la cadera, pero para ellos es de lo más normal. Bueno, en verdad esa palabra para ellos también es desconocida, no entienden lo que significa normal ni anormal ni subnormal, así que diré que para ellos el poliamor es de lo más natural. Aman. Sin marcos establecidos. Eso sí, son muy respetuosos; me presentaron a un grupo de parejas monógamas para que entendiera que allí el "Undi" y todas sus formas la eliges tú con el beneplácito y consentimiento del otro o de los otros a los que llaman "Vhindem" (pronunciado ffindem), lo que viene a ser "querido igual". "Undi", "Mgdo", "Acomniu", "Ursu", "Fahng"...Allí el amor tiene infinidad de significantes con muy sutiles diferencias de significado. Que aún me lío, vaya. Lo que me dejaron claro es que ellos no dejan de amar a un Vhindem porque amen a otro. Se aman sin celos, sin posesiones, sin límites. Y si dejan de amarse porque el tiempo del amor se consumió, siguen siendo Vhindem en sus almas.
Crían a sus hijos entre todos, qué hippies los notas, dirán ustedes. No, no funcionan como una comuna. Los hijos duermen en la casa de su padre o de su madre, según estén organizados y son éstos los que tienen la responsabilidad de sus cuidados. Pero cada adulto enseña sus habilidades y conocimientos a grupos de niños que aprenden de arte, de música, de literatura, de medicina, de historia, de múltiples materias; a hacerse su vestimenta, a acicalarse el pelo, a construir cabañas, a lo que nosotros llamamos inteligencia emocional que no me acuerdo ahora como lo llaman ellos. Era una palabra larga y sonora que rimaba con salud mental.
A diferencia de los bebés humanos, los de este sitio son feos con ganas. No se me ocurriría decírselo a sus madres, claro. Luego se van arreglando las proporciones con la edad y son de una belleza serena. También tienen una diferencia curiosa sus bebés con los nuestros y es que, desde que nacen, como no necesitan comer ni llorar para mamar de la teta de sus madres, emiten sonidos que son como canciones. Bellísimo. Claro que si les duele algo, suena como al heavy metal más duro que hayas escuchado nunca. Cada uno, cada una de ellas tiene su propia canción que se aprenden los demás para entonarla en una especie de celebración bautismal y que también entonan todos sus seres queridos cuando llega el día de su muerte.
Los ancianos y los niños de este sitio tienen una relación muy especial. Cuánto cariño se dan los unos a los otros y qué bonitas canciones suenan cuando hacen entremezclar sus bellas melodías.
En fin, les diré que no me quedé definitivamente con ellos porque la escafandra es más incómoda aún que la mascarilla quirúrgica, imagínense y porque, tienen muchas muchas muchas ricuras, pero no tienen cerveza. Parece que nadie es perfecto.