25.4.20
Sistiego/Lasfiterno/Bitulanto
Cómo
sería la palabra que define un mundo tan imposible como ponerle
´ti´l´de a las consonantes y tan real como una muela
El
no le dijo que se inventaba mundos paralelos
Ella
no le contestó que se iría con él
18.4.20
Sueños chiquitos, chiquitos sueños
Mi
mente se vuelve pequeña a fuerza de conformarse con poco. Saben lo
que les digo, ¿no? Como que los sueños se adaptan a las
circunstancias para que no termines llorando en una esquina por esa
Toscana imposible. La mía, mi mente, ahora tiene dos versiones
recurrentes. Una, es un campo de amapolas que de vez en cuando me
deja ver y otra, con algunos cambios según la ocasión, es la
siguiente que les voy a contar.
Me
pongo una mascarilla que no tengo y salgo hacia la parada de guaguas.
Me subo a la primera que pasa y me siento al final, mi cabeza apoyada
en la ventana. La guagua está vacía, cosa que me tranquiliza; salir
se ha convertido en una sesión estresante. Arrancamos.
Los laureles
de la Rambla pasan y se van pasan y se van pasan y se van. Los
aparatos de hacer gimnasia están vacíos como no podía ser de otra
manera, porque en esta ruta que el chófer ha tomado no hay aparatos
de gimnasia. Le lanzo un beso volado a las tinajas con su melena de
petunias. Gracias, regador de flores. La fuente de La Paz, ajena al
mundo, continúa con su trabajo infinito. Un gorrión aletea
salpicando gotas. Un hombre pensativo también lo observa sentado en
la terraza del quiosco esperando a que le sirva nadie. Señor chófer,
¿la fuente de La Paz no la habían quitado para dejar pasar el
tranvía? Huele a pollo asado. Y hay una cola de gente que aparece y
desaparece como un anuncio de neón. Qué bonito el parque de La
Granja, qué bonita la cárcel antigua, qué bonito los Institutos,
qué bonita la casona que hace esquina, qué bonita mi antigua
morada, qué bonito el límite del municipio. No les he contado que a
mitad de trayecto se subió una señora. Pues se acaba de bajar.
Florencia va cargada con dos bolsas de esterilla y lleva calcetines
negros que le llegan hasta la rodilla. Se coloca el pañuelo, negro
también, anudado en la garganta. Una vez visitó Madrid y trajo
caramelos de violeta para todos sus vecinos.
Permítanme
que cambie de postura porque el traqueteo del cristal me tiene loca
la cabeza. Y esta mascarilla me la voy a quitar. A fin de cuentas el
bicho no infecta los sueños chiquitos, o sí?
Esta
avenida que ahora enfilamos no era así. Eran fincas que
atravesábamos al fugarnos de clase. El Director del Instituto sigue
en la puerta esperando nuestro regreso. El jodido mago se chivó.
Firme, serio, amenazante.
El
Director, el mago no; el mago nos saludó con la mano antes de
jugárnosla.
A
lo lejos veo la rotonda de La Laboral y los jardines del Campus
central, pero esperen, no, no son jardines. Es un hermoso campo de
amapolas.
Señorita,
ya hemos llegado al final del trayecto. Lo sé. Ahora la vuelta.
Gracias por lo de señorita.
12.4.20
5.4.20
Amor en tiempos del Covid
Relato I. La
sonrisa más bonita bajo la mascarilla
Se
conocieron en el supermercado de su barrio. Siempre coincidían en la
estantería de los chocolates. El repetía la misma gracieta “Bombón
que come bómbón...vas a pillar un empacho”. Ella lo miraba, se
daba la vuelta y seguía pasillo arriba. Le debo caer mal porque
nunca se ríe, pensaba él. No tiene mayor interés porque no
responde a mi sonrisa, pensaba ella.
Relato II. Se
lo voy a decir ya
Amor
de mis sueños, en medio de esta terrible pandemia en que no sé si
podré volver a saber de ti, voy a atreverme por fin y quiero que
sepas que
Mientras
escribía “pandemia” una luz brillante aparecía en el cielo. Al
escribir “atreverme” un impacto en tierra produjo una explosión
brutal. Tras escribir “que”, la nada más absoluta.
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