El día que te levantes de la cama con
ochenta años no te entristezcas. Ponte la mantilla de paciencia sobre los
hombros y prepárate un buen café con la parsimonia de la osamenta que ya hizo
camino al andar. Acomoda tu cansancio en la mecedora de tus penas y pon tus
ojos en un punto fijo de añoranza. Y si es menester, llora.
Pero el día que te levantes con quince
años, caramba, ese día celebra la vida y salta en la cama hasta que los muelles canten contigo
aleluya.