Su
niña adolescente de pelo azabache murió hace cuatro meses y ella es
ahora el retrato de la más profunda tristeza.
En
uno de nuestros cafés diarios le pregunté qué hacía para expresar
tanto dolor. “Criar mariposas monarcas” me dijo.
Tengo una atracción peculiar por las mariposas pues me han pasado cosas curiosas con ellas, así que me encantó su terapia.
Se
abastece continuamente de asclepias, pues las orugas son tan voraces
que dejan el jardín arrasado en cuestión de días. Las observa
cuando buscan desesperadas el mejor sitio para colgarse y ponerse en
posición de jota para la extraordinaria transformación y las
atiende cuando por fin eclosionan en tan bella forma de la
naturaleza.
“Esta
que me visita cada día ya es viejita, mira las alas desconchadas por
todas sus aventuras, incluso fíjate que lleva un hilo de telaraña
prendido a sus alas”.
Nuestros
ratitos se convierten en una fascinante escapatoria.
El
otro día, limpiando las malas hierbas en un sitio muchas veces
limpiado anteriormente, me cuenta que algo brillante llamó su atención. No se lo
podía creer. Era un pendiente perdido hace muchísimo tiempo en forma de osito, regalo de
bautizo de su niña. “Yo también te quiero tantísimo”. Ahora lo
lleva colgado del pecho engarzado en un corazón.
Creo
en pocas cosas y entre ellas no está Dios, pero estoy convencida de
que todo en el universo está relacionado y los milagros suceden -cursilería dentro- cuando miramos con los ojos
del alma.