Los ojos insensibles crean seres invisibles
La vuelta a casa desde el trabajo ha querido hoy compensarme. Puso en mi camino a una anciana con carita preciosa que me mostraba un papel con señas que la tenía perdida. Respiraba agitada por las vueltas que llevaba ya, confusa de tantas indicaciones infructuosas que le fueron dando en el camino. Era de otro pueblo, Los Realejos, me contó Rufina ya sentada, mientras yo localizaba por teléfono el sitio exacto que buscaba. Su nieta no pudo acompañarla porque tenía clase en la universidad a esa hora. Pero la culpa es mía, porque insistí, segura de que yo sabría llegar, me decía.
La acompañé hasta la puerta del centro de rehabilitación, media ciudad más arriba.
Su abrazo me curó la pena.
Y es que ayer fue un día triste
La mañanita, en mi paseo alternativo camino del trabajo, me sacudió a traición.
Un trajín de mascarillas y guantes asépticos -dónde está la ambulancia-, una cámara fotográfica mostrando su cara del horror -no hay ambulancia-, una bolsa azul que insinuaba un cuerpo humano
No puede ser
La ausencia de sus tesoros en fila sobre el murete cerraban la interrogación de los húmedos ojos incrédulos. Allí estaban sus bolsas sin abrir. Y su manta.
No puede ser
Dormía en el césped del parterre. No pedía. Sólo mostraba en su particular mercadillo, la mercancía que unos y otros le regalaban, mientras veía pasar ausente el tropel de extraños que salían y entraban al gran centro comercial. Todos lo conocían. Casi nadie lo miraba. Murió en su hogar.
La plaza del corte inglés.
Y llegó la tarde, que ignorante de mañanas tristes, me traiciona también con un mensaje amigo escueto
No puede ser
Tenía tanto que darte tantas cosas que contarte tenía tanto amor guardado para ti…
Le habían prescrito reposo absoluto a la futura mamá, payasa mía del alma. Quince años atroces de reposos intermitentes. Otro cumpleaños sin velas ni fiesta ni regalos ni nada
No puede ser
Dos puntitos casi invisibles que dejan un vacío tremendo
Esta mañana, me dolió comprobar que las flores que puse ayer tarde en el murete ya no estaban. Tenía la ilusión del consuelo de ver otras flores de despedida. Quizá una vela. Un detalle. Todos lo conocíamos.
Nada
Mañana sin falta tomaré el otro camino al trabajo y le pediré a los hados que permitan tropezarme con mi desconocido favorito, otro puntito casi invisible. Y con la excusa de poner unas monedas en su bote le diré una vez más con más ganas que nunca: tenga usted un buen día amigo.
Lo necesito.