Se
felicitaba a sí misma porque las voces interiores de su cabeza eran
positivas. Nada de tienes que matar a aquél que encarna el mal ni
Dios te ordena una masacre por el bien del mundo. Eran conversaciones
filosóficas unas, mundanas otras y las había hasta divertidas. Uno
de ellos, el del acento marcado, parecía estar en contra de los
demás ejercitando su autoridad. Ni caso decía. Otros, el kinki y su
novia, llevaban la voz cantante pero de buen rollo, con su fino
humor. Y luego estaban los espontáneos que a medianoche cuando todo
estaba en calma metían baza en las disertaciones, muchos de ellos
apenas audibles. Un corrillo interesante.
Cuando
lo contó, la tupieron a antipsicóticos hasta la rabadilla.
Nunca
supo, pues se descubrió hasta un siglo después de su muerte, que
aquello eran ensayos precursores de la telepatía.