Hasta que me percaté de que cerraba los ojos cada vez que, tras la empinada subida, se abría un abismo que me encogía las tripas. Ya no subo en montañas rusas. Temo vomitar sobre los que están debajo.
La noria tenía su encanto, pero tras tres vueltas, el paisaje se repetía cansino y se te pasaba entonces el rato contando cuántas cabinas quedaban por llenar para que acabara el viaje.
Los cochitos locos no compensaban, mucho chichón. Ni la casa del miedo que no tenía gracia alguna y que siempre me asustó. El tiro al blanco tampoco fue lo mío, ni siquiera sé si tengo puntería ni falta que hace, tanto destrozo por un oso de peluche.
Hasta que probé el columpio.
A veces me impulso sola, pero no es tan divertido. Se disfruta de veras cuando te empuja una mano rosa, azul, roja, amarilla, verde, negra.
Te contagia sus colores. Y asciendes. Y luego retrocedes. Y vuelves a subir.
No hay nada más desolador que un columpio meciéndose vacío.
Tienes razón, no hay nada más desolador que un parque vacío...
ResponderEliminarBesicos
Prefiero un columpio vacío a una resbaladera llena.
ResponderEliminarOdio hacer fila :P
Muacks!